¿Qué sucede cuando viajas? Es como subirse a una mesa y ver todo desde un ángulo distinto: otra calle, otra esquina, otro café. Todo se vuelve una sorpresa y a veces también una decepción. Pero algo en nosotros cambia, nos hace sentir distintos. No me considero una persona que camine mucho y, sin embargo, cuando estoy de viaje no paro: mis pies andan y andan y mi cuerpo resiste más de lo normal. ¿Por qué? ¿Por qué el cuerpo se dispone así ante lo otro?

Dos libros de cartas que ampliaron mi visión sobre la experiencia del viaje fueron Crónica de una amistad (2009), que recopila la correspondencia entre Robert Louis Stevenson (1850-1894) y Henry James (1843-1916), y Escribir contra los hombres. Cartas I (2023) de H. P. Lovecraft (1890-1937), que reúne parte del intercambio epistolar que este mantuvo con sus amigos. Ambos libros abarcan el inicio de una amistad y su final inevitable, a causa de la muerte. Los dos murieron jóvenes y rodeados de un círculo amplio de compañeros. Eligieron la amistad como una manera de conocer el mundo.

Stevenson tuvo la oportunidad de viajar mucho, de ir a distintos países; Lovecraft, que era un pobre diablo sin un centavo, no. Pero eso no lo detuvo: agotó su cuerpo y sus pies, desgastó sus suelas, rayó sus trajes. Stevenson relató sus experiencias en ensayos y cuadernos de viaje; Lovecraft lo hizo en cartas. Mientras uno escribía desde hoteles, casas y barcos, el otro se empeñaba en recorrer cada calle de Nueva Inglaterra, intentando adivinar cómo habría sido la vida siglos atrás. Amaba la arquitectura incluso más que la literatura. Daba paseos larguísimos buscando rastros del gótico en la costa este. Pisó cada calle, cada bosque, cada arroyo.

Estos dos ejemplos sirven de pretexto para hablar del tema de este dossier: la escritura de viajes. El género de la escritura de viajes es muy amplio y los medios que adopta también. Las crónicas de la conquista son, en cierta forma, escritura de viajes. Los diarios que lo acompañan a uno durante la vida retratan un viaje. La correspondencia también lo hace. Así, Stevenson y James intercambiaban críticas y confidencias, pero también su peregrinación. James le pedía detalles a Stevenson: qué día era, dónde estaba, qué había comido, cómo era el lugar, qué costumbres había.

Mary Shelley escribió mucho de sus recorridos por Alemania, Suiza, Italia y Francia en su Historia de una excursión de seis semanas (1817). Un invierno en Mallorca (1841) de George Sand nos cuenta de su viaje a España y su tormentosa relación con Chopin. Naufragios (1542) de Alvar Núñez Cabeza de Vaca nos relata el tormentoso viaje a una tierra que figuraba ser el paraíso y no un infierno. Montaigne describe a detalle su paso por Italia, Suiza y Alemania en su Diario (1580). Cuaderno de faros (2017) de Jazmina Barrera y Visegrado (2018) de Karen Villeda son ejemplos nacionales más recientes. Los ensayos de Barrera atraviesan el viaje de la vida entera; Villeda aprovecha la excusa del viaje para hablarnos de Polonia, República Checa y Rumania.

Los ejemplos anteriores nos hablan de grandes viajes, de excursiones que requieren de bastante tiempo y también de una buena inversión de dinero, esos viajes soñados por el viejo continente, por el extranjero, por el Japón moderno y por las torrenciales estructuras de Nueva York. Sin embargo, esos no son los únicos destinos. Traigo a este compendio un pequeño ensayo que puede alumbrar mucho sobre el viaje: “On Going a Journey” (1822) de William Hazlitt. Este escribe que cuando el cuerpo entra en el camino es capaz de observar lo que comúnmente no ve: una flor es distinta cuando se observa con los ojos de la aventura:

Hay en el aire una sensación, un tono en el color de una nube que despierta su fantasía, pero cuyo efecto no pueden explicar […] Al cambiar de lugar modificamos nuestras ideas; no, más aún: nuestras opiniones y sentimientos. Mediante un esfuerzo en realidad podemos transportarnos a escenarios antiguos, ya largamente olvidados, y entonces el cuadro de la mente vuelve a revivir […] El paisaje desnuda su corazón al ojo fascinado, llenándonos por completo y parece que no pudiésemos formar otra imagen de hermosura o de grandeza.

Al viajar de una ciudad a otra o al atravesar un camino sufrimos también la experiencia del viaje. Uno puede recorrer 4,000 kilómetros o tan solo solo 4. Quedarte en otra casa puede contar como un viaje; ir de la periferia al centro y viceversa es un viaje.

Viajar también es escribir con el cuerpo: son los pasos, la mirada, lo que deja el trazo en la memoria. El viaje siempre termina por convertirse en un relato: apenas regresamos, nos vemos en la necesidad de relatar la experiencia: ensayamos una crónica, la alteramos, la editamos, la rememoramos y, en ocasiones, la fijamos por escrito. Nuestros amigos, la familia o los compañeros son los escuchas y lectores de la travesía; un mensaje, una carta, un relato o un cuaderno pueden ser el medio.

Y ahí estaba yo, caminando por unas calles muy viejas, preciosas, escuchando un idioma que no entendía y viendo el rostro de gente que no se repetirá nunca en mi vida. Un pedazo de pared roja manchada con el paso de los carros; el camino empedrado que me llevaba a un río antiguo; una calle amplia y vacía con locales de ropa que estaban cerrados; unas escaleras húmedas y varios árboles cuyas hojas no me eran familiares; el olor a pizza y también a flores; niñas saludándonos como si fuéramos extraterrestres; una carta de Colón; un barril del siglo XV; el olor de la madera vieja y quemada de los campos de exterminio; lágrimas que pensé ajenas, pero que atraviesan el tiempo; un dolor que quema; y también: una torta de lomo con chocomilk; alguien tocando el piano; lluvia fresca en la casa de Bolívar; un pollo frito en la playa; mi mamá jugando conmigo en el mar; sentir el sol que no quema y mis pies resbalándose en el hielo; descubrir que puede hacer mucho frío y mucho calor; correr porque nos deja el avión y esperar 10 horas en un aeropuerto; ir cantando en la carretera; ir viendo a la gente del autobús y oler el aroma a sándwich; mi abuela haciendo muchas paradas para ir al baño; mi hermano pateando el asiento; llegar tarde y no encontrar hotel; llegar a tiempo y tomar un café mientras va clareando el día; la montaña, el río, otra ciudad, el mar, otra calle, otra casa, otra gente… como el de todos, esta es la escritura de un viaje que aún no termina.

Página Salmón quiere ser un espacio de lectura para los viajerxs, un espacio donde los recuerdos encuentren prolongarse. Invitamos a aquellos quienes han recorrido otros barrios, otras ciudades, otras geografías y formado nuevas memorias, escrito ensayos, crónicas, cartas y relatos a que nos compartan sus experiencias. Nos queremos transformar en lectores inquisitivos: queremos detalles, queremos olores, queremos gestos, sabores, sonidos. Nos interesan todos los viajes, tanto los grandes viajes como los pequeños, los breves, cortos, fugaces y los prolongados. Queremos conocer lo que sucede cuando la gente viaja, lo que siente, lo que ve y toca, lo que sueña y desea, lo que recuerda y lo que, tal vez, olvida. Como Hazlitt, sabemos que “no somos la misma persona sino otra, acaso más envidiable, todo el tiempo que estamos fuera”. Queremos que nos cuenten su viaje.

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Escrito por:paginasalmon

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